Ramiro, y una dos mil personas, cumplieron con esta cita que
la siente una obligación anual: “Ellas nunca se van, vivo en Quito pero mientras
pueda vendré a verla en su día”, dice mientras se dispone a escuchar la misa
campal del sacerdote Francisco Calle.
La mañana del domingo, la fiesta está acompañada por el sol.
Y por los mismos sentimientos: vida- muerte, alegría-pena, esperanza-nostalgia;
arrepentimiento por el tiempo no aprovechado.
Soledad, en los dos lados de la vida y la muerte.
La experiencia de la ausencia física logra, de esta manera,
superar el perfil comercial de una fecha que muchos se proponen como diaria,
pero que en pocos, muy pocos, poquísimos casos lo consiguen.
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