El 17 de junio de 1972, hace 31 años y 24 días, la sede del
Comité Nacional del Partido Demócrata fue allanada por cinco hombres
descubiertos por un conserje inoportuno –para ellos–. Se inició así una
investigación periodística que terminaría, dos años más tarde, con la dimisión
del trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos, el 8 de agosto de 1974.
El caso tomó el nombre del complejo de oficinas donde estaba la sede demócrata:
Watergate.
Nixon había instalado, además, un sistema de escucha en la
oficina oval de la Casa Blanca. Y el proceso terminó tras revelar los
entrelíneas de este escándalo que fijaba en el imaginario mundial una
construcción favorable en torno a los principios y valores sobre lo que se
consideraba como lo socialmente correcto. Al estilo norteamericano.
Entonces hoy, como ayer, tras conocer el programa de
espionaje que los Estados Unidos han desarrollado en el planeta, las lecciones
del caso Watergate –más en lo moral que lo periodístico– se desmoronan. Y lo
“socialmente aceptado” se ha reducido a la sentencia que mi amigo Patricio
lanzó en medio de una plática matizada con un café mañanero: “Watergate es nada
frente a lo que ha evidenciado Edward Joseph Snowden”.
En palabras del propio Snowden, y lo replicado en medios
internacionales: “El gobierno de los Estados Unidos de América ha montado el
mayor sistema de vigilancia del mundo. Este sistema global afecta a toda vida
humana vinculada a la tecnología; grabando, analizando y sometiendo a un juicio
secreto a cada miembro del público internacional. Supone una grave violación de
nuestros derechos humanos universales cuando un sistema político perpetúa el
espionaje automático, generalizado y sin garantías contra personas inocentes”.
Patricio tiene razón, lo otro es nada frente a las
dimensiones globales que alcanza esta red de espionaje ilegal e ilegítima, y
que no se absuelve a sí misma por el hecho de que otros también lo hagan, o
admitiendo que “Estados Unidos sí recoge información en el extranjero del mismo
tipo recogido por todas las naciones”.
Las acusaciones sobre los motivos de este espionaje son
graves, para husmear en temas energéticos y petroleros, militares y de
seguridad, e incluso algunos “con fines desestabilizadores de gobiernos
democráticos”.
Y como los contextos son diferentes, ahora no son cinco
agentes los que fisgonean en una sede, hoy se denominan X-Keyscore, Prism,
Boundless Informant, y quizá este mismo momento “miren” a través del monitor
por el cual leemos o compartimos este artículo.
Concluyendo, ese Gran Hermano, ojo omnipresente que todo lo
ve, sabe y juzga, habla en inglés. Y no tiene remordimientos.
Artículo publicado en EL UNIVERSO
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