jueves, julio 19, 2007

Los absurdos cotidianos

Discurso pronunciado por Rubén Darío Buitrón en la presentación de su libro Absurdos cotidianos, en la última feria del libro de Guayaquil

Un hombre camina por la calle, se detiene, regresa, sonríe, decide caminar de nuevo. Alguien lo mira y no lo entiende.
Un niño se interna por el parque, imagina que es un gran descubridor y se solaza con cada percepción que llena sus sentidos.
Un enfermo terminal, tendido sobre una camilla, ingresa a la sala de cirugía y asume que no habrá regreso. Un adolescente enamorado no encuentra la clave para expresar sus sentimientos y se hunde en la sensación insólita de su primer fracaso.
Un taxista intenta romper parámetros y pone en práctica, a contrapelo, todo un sistema de valores humanos que sus prójimos han olvidado.
Un heladero no puede controlar su corazón y deja abandonado su trabajo para llorar por su equipo de fútbol.
Un padre atraviesa un conflicto existencial cuando se pregunta acerca de los límites entre los objetivos personales y las metas familiares.
Las historias humanas están allí, en las calles, en los parques, en las esquinas, en las puertas de las casas, en los corredores de las oficinas. Están allí los personajes. Están allí la pasión, el amor, la tristeza, la nostalgia, los sueños, los ideales, el dolor, el deseo, el sexo, la esperanza de ser distinto, el coraje de una vida no trazada, los muros que la vida levanta quizás para que los saltemos o quizás para que no seamos capaces de intentar treparlos.
A veces me asalta el miedo de que al periodismo ecuatoriano se le ha ido olvidando las esencias. Enfrascados en la desesperación por llenar páginas y cumplir horarios, muchos cronistas permiten que una densa nube los atrape y confunda, los reporteros permiten que una venda negra, oscura, implacable, les impida ver más allá de lo usual y convencional, los escritores espera al frente o al lado y se vuelven notarios de lo evidente.
Al periodismo ecuatoriano hay que tentarlo con la manzana de lo distinto, con el embrujo de una realidad aparentemente invisible, con el pesar de lo sensible, de lo esencial, del gesto animal más sencillo, de la reflexión espiritual más frágil, del bucear en lo más hondo de las dimensiones humanas para que allí descubramos nuestras propias otras vidas, nuestras existencias paralelas, hondos y limpios y cálidos cristales de colores insospechados.
Al periodismo ecuatoriano hay que hacerlo aterrizar con las alas de la vida simple, con los destellos que emana la gente común, con las luces que iluminan los corazones oscuros, con el acercamiento a las personas que se esfuerzan cada día aunque el país les dé la espalda, con los misterios que no alcanzamos a develar porque tan solo alcanzamos a caminar las rutas manidas.
Hay que desacomodarnos. Hay que sacudirnos. Hay que situarnos al otro lado de la realidad. Hay que quitarnos las telarañas de la rutina. Hay que despojarnos de conceptos y puntos de vista presuntamente inapelables.
La vida es mucho más de lo que parece, son absurdos cotidianos que nos sorprenden y enriquecen, son hechos que rebasan lo que los medios y los periodistas alcanzamos a expresar. Saltemos ese abismo, reinventemos el asombro, dejemos en libertad al corazón y a la pluma para llenar de placeres y existencias cada nueva línea que, ahora sí, seamos capaces de escribir.

martes, julio 03, 2007

“Gordita horrorosa”



Por Rubén Darío Buitrón

Se llama Sandra Ochoa y es cuencana. Trabajó en el diario El Tiempo y hoy es corresponsal de diario El Universo. Es periodista, abogada y catedrática universitaria. Próximamente obtendrá una maestría en Educación.

Pero con todos esos títulos y su capacidad intelectual, Sandra no es aniñada ni pelucona: es una periodista progresista, una periodista ciudadana, una periodista que apuesta por el cambio, una periodista de excepción que no necesariamente cree lo que le dice el poder, que cuenta la vida cotidiana desde los zapatos de la gente común, que lucha cada día porque su comunidad, su provincia, su región tengan el espacio que merecen en la prensa nacional.

Ha tenido que vencer muchos prejuicios ajenos para consolidarse como ser humano y profesional.

Es mujer y eso ha sido un obstáculo en esta sociedad machista donde el poder discrimina, margina, subestima e intenta intimidar con amenazas, ironías e incontinencias verbales.

Es rebelde, lúcida, inconforme, confrontadora, rigurosa, metódica, inteligente, cuestionadora.

Y es muy valiente: hace tres años decidió, como periodista, hacer un viaje casi suicida en un destartalado barco que llevaba, clandestinamente, a decenas de azuayos indocumentados que intentarían entrar, vía Guatemala, a Estados Unidos.

En ese conmovedor reportaje, que se publicó en El Tiempo, gracias a su audacia y a su decisión de sentir directamente lo que viven sus compatriotas, gracias a su compromiso con los humildes y marginados, mostró la tragedia que sufren cada día cientos de ecuatorianos que mueren o se pierden o son deportados cuando intentan atravesar la frontera hacia el presunto sueño americano.

Por ese notable trabajo periodístico ganó el premio nacional de reportaje “Jorge Mantilla Ortega”, otorgado por diario El Comercio, y el famoso diario norteamericano The New York Times reprodujo en sus páginas el relato.

Cuando hablamos por teléfono o nos comunicamos por correo electrónico tengo presente su alegría intensa y fresca, su pasión para enfrentar los avatares del oficio, su tesón para mantener su dignidad personal y profesional en lo más alto.

Sandra no se deja avasallar por el poder. Sabe enfrentarlo, fiscalizarlo, denunciarlo, desnudarlo en sus mediocridades, en sus corruptelas, en sus soberbias y en sus atropellos.

Sandra podría enjuiciar al Presidente por calumnia o por agresión verbal. Llamarla “gordita horrorosa” no solo es un concepto agresivo y del machismo más ramplón, sino que es una forma de degradar el trabajo honesto e intimidar a quienes hacen preguntas incómodas para quien pide, en un alarde de ignorancia, que el pueblo deje de leer periódicos y se informe por la página web de la Presidencia de la República.

Sandra podría presentar su demanda en alguna comisaría de la mujer. Al fin y al cabo, como suele decir su majestad cuando se siente atacado, la ley es la ley y hay que hacer respetar el honor de las personas.

La caricatura fue tomada de diario El Universo, edición del martes 3 de julio

lunes, julio 02, 2007

Lo que no sabe el excelentísimo Correa


Cuando la conocí, era una joven estudiante decidida a triunfar. Llegamos a ser compañeros en Radio Visión, donde creamos un programa informativo sabatino que duró dos años. Fueron nuestros primeros pininos en el oficio. Y lo hacíamos bien.
Apasionados por la ética, hablábamos constantemente de ella en contertulios en los que mi padre, un viejo fotógrafo de prensa, era el conciliador en nuestras propuestas irreverentes. Con Sandra y Maggi Tello fuimos a la frontera peruana para hacer una cobertura sobre la reedición de la batalla de Panupali. Cuando regresamos, Maggi decidió escaparse de la vida. Esto marcó a Sandra porque eran compañeras, pero la comprometió a combatir la corrupción, una de las causas para la decisión de Maggi.
Entonces me hice reportero de prensa y Sandra continuó en la radio hasta el desastre de La Josefina, cuando decidió emigrar al cantón Gualaceo, donde por necesidad de información se creó el semanario El Pueblo; allí inició su recorrido por la prensa escrita.
Recuerdo también aquella mañana en la que The New York Times nos invitaba a participar en un proyecto conjunto: seguir la ruta del emigrante. En la oficina del director de EL TIEMPO y cuando ya era el editor general, lanzábamos la propuesta a los dos periodistas cuyos perfiles vimos como los más apropiados para el viaje. Jaime, el más opcionado, desistió por temor. Sandra, que ya había propuesto un proyecto similar, tomó el reto: se fue en un destartalado barco hasta Guatemala, donde fue retenida por los coyoteros centroamericanos para exigir un pago adicional al que The New York Times ya había hecho por el viaje.
Recuerdo aquella noche cuando los padres de Sandra llegaron a mi casa en busca de información, porque ella apenas se había despedido, sin contarles del proyecto. Y recuerdo también aquel domingo en que me llamó por celular desde su forzado encierro a advertir que está amenazada por los coyoteros. Y se me viene a la mente también todo lo que hicimos sus amigos para reunir el dinero y liberarla.
La recuerdo, orgullosa, en las páginas de la prensa nacional, con su merecido premio Jorge Mantilla Ortega al mejor reportaje. Y ella aclarando que no era su historia, sino la de miles de ecuatorianos que todos los días abordan esos destartalados barcos en busca de un mejor porvenir.
Incondicional con los amigos. Abogada y profesora universitaria. Uno de los pocos patrimonios que tiene la ciudad en materia periodística.
Cuando trabajaba en EL TIEMPO era la encargada de las entrevistas confrontadoras con los representantes del poder, por su agilidad mental y frontalidad. Por eso, y pese a las diferencias que tenemos ahora, me dolió cuando alguien la trató públicamente de “gordita horrorosa”.
Y me dolió no por quién lanzó la ofensa, el excelentísimo Correa, porque ya sabemos que el poder vuelve arrogante a la gente, sino porque fue una ofensa pública, esas de las que precisamente nos cuidamos los periodistas que actuamos de forma ética.
Y como decía un compañero del Diario, el excelentísimo señor Presidente ya ha dado carne para que los medios se embelecen y le tengan en sus páginas. Lo cierto es que nuevamente el excelentísimo se equivocó, y quizá hasta ahora no se da cuenta de que la dama a la que incansablemente busca y llama “la Majestad de la Presidencia”, le sigue siendo esquiva, porque él mismo no da motivos para ganársela…

¿Y usted qué opina?

P.d. La foto fue tomada del portal de la Presidencia de la República.