lunes, julio 02, 2007

Lo que no sabe el excelentísimo Correa


Cuando la conocí, era una joven estudiante decidida a triunfar. Llegamos a ser compañeros en Radio Visión, donde creamos un programa informativo sabatino que duró dos años. Fueron nuestros primeros pininos en el oficio. Y lo hacíamos bien.
Apasionados por la ética, hablábamos constantemente de ella en contertulios en los que mi padre, un viejo fotógrafo de prensa, era el conciliador en nuestras propuestas irreverentes. Con Sandra y Maggi Tello fuimos a la frontera peruana para hacer una cobertura sobre la reedición de la batalla de Panupali. Cuando regresamos, Maggi decidió escaparse de la vida. Esto marcó a Sandra porque eran compañeras, pero la comprometió a combatir la corrupción, una de las causas para la decisión de Maggi.
Entonces me hice reportero de prensa y Sandra continuó en la radio hasta el desastre de La Josefina, cuando decidió emigrar al cantón Gualaceo, donde por necesidad de información se creó el semanario El Pueblo; allí inició su recorrido por la prensa escrita.
Recuerdo también aquella mañana en la que The New York Times nos invitaba a participar en un proyecto conjunto: seguir la ruta del emigrante. En la oficina del director de EL TIEMPO y cuando ya era el editor general, lanzábamos la propuesta a los dos periodistas cuyos perfiles vimos como los más apropiados para el viaje. Jaime, el más opcionado, desistió por temor. Sandra, que ya había propuesto un proyecto similar, tomó el reto: se fue en un destartalado barco hasta Guatemala, donde fue retenida por los coyoteros centroamericanos para exigir un pago adicional al que The New York Times ya había hecho por el viaje.
Recuerdo aquella noche cuando los padres de Sandra llegaron a mi casa en busca de información, porque ella apenas se había despedido, sin contarles del proyecto. Y recuerdo también aquel domingo en que me llamó por celular desde su forzado encierro a advertir que está amenazada por los coyoteros. Y se me viene a la mente también todo lo que hicimos sus amigos para reunir el dinero y liberarla.
La recuerdo, orgullosa, en las páginas de la prensa nacional, con su merecido premio Jorge Mantilla Ortega al mejor reportaje. Y ella aclarando que no era su historia, sino la de miles de ecuatorianos que todos los días abordan esos destartalados barcos en busca de un mejor porvenir.
Incondicional con los amigos. Abogada y profesora universitaria. Uno de los pocos patrimonios que tiene la ciudad en materia periodística.
Cuando trabajaba en EL TIEMPO era la encargada de las entrevistas confrontadoras con los representantes del poder, por su agilidad mental y frontalidad. Por eso, y pese a las diferencias que tenemos ahora, me dolió cuando alguien la trató públicamente de “gordita horrorosa”.
Y me dolió no por quién lanzó la ofensa, el excelentísimo Correa, porque ya sabemos que el poder vuelve arrogante a la gente, sino porque fue una ofensa pública, esas de las que precisamente nos cuidamos los periodistas que actuamos de forma ética.
Y como decía un compañero del Diario, el excelentísimo señor Presidente ya ha dado carne para que los medios se embelecen y le tengan en sus páginas. Lo cierto es que nuevamente el excelentísimo se equivocó, y quizá hasta ahora no se da cuenta de que la dama a la que incansablemente busca y llama “la Majestad de la Presidencia”, le sigue siendo esquiva, porque él mismo no da motivos para ganársela…

¿Y usted qué opina?

P.d. La foto fue tomada del portal de la Presidencia de la República.