viernes, septiembre 10, 2010

Dos ausencias del periodismo democrático


Retirarse de un noticiario televisivo “sin estridencias”, inmolándose en nombre de la libertad de expresión, es casi imposible. Por ello quiero referirme a dos ausencias de bajo perfil en el panorama de la opinión pública, que aunque esperamos sean momentáneas, dejan vacíos profundos.

En un primer caso está Andrés Carrión Mena, cuya salida se conoció “en exclusiva” en la sección “chismes” de un periódico electrónico. Este personaje, que ha demostrado ecuanimidad y pulcritud, acumula 35 años de experiencia en prensa y radio, pero sobre todo en televisión. Su trabajo dice (o decía) mucho de él, como cuando interrumpió a un entrevistado que se atrevió a lanzar palabras soeces (calificó de “cojudos” a los ecuatorianos), lo mandó a callar y le advirtió que ese vocabulario lo podía usar en su partido, pero no al aire y menos en aquel espacio.

En una de las entrevistas que ofreció para explicar su salida, se mostró inconforme con el galopante estilo sensacionalista de José Delgado y compañía en Canal Uno, donde tenía su espacio de entrevistas. Entonces debemos asumir que se trató de una renuncia por un motivo de principios.

Los principios éticos de un ser humano deben ser inclaudicables. Mucho más los de un periodista. Y así Carrión tenga en sus planes ir a otro canal, y por eso su renuncia, en la memoria colectiva quedará latente ese revés para una empresa que terminó apostándole a un periodismo guiado por el rating, lo que al oficio de comunicar lo vuelve inhumano, ligero, cuestionado, antiético, despreciable.

El otro caso es el de Juan Carlos Calderón Vivanco, uno de los pocos integrantes de una selecta y reducida estirpe de periodistas investigativos con que cuenta el oficio actualmente en el país.

Calderón salió de los medios impresos hace casi un año, pocos meses después de que se reveló una investigación (junio de 2009) que removió las bases de Carondelet: ‘Fabricio Correa, el holding’, cinco entregas publicadas en Expreso sobre cómo el hermano mayor del presidente Rafael Correa logró contratos con el Estado ecuatoriano –según datos de aquella publicación– por 340 millones de dólares.

La indagación documentada, pedagógica, profesional, obligó a que el Gobierno emitiera un decreto que prohíbe suscribir contratos públicos con empresas donde sus accionistas son familiares de funcionarios públicos. Pero en la práctica nada serio se hace desde las entidades de control, como Contraloría o Fiscalía, para aclarar lo denunciado. Nada serio, excepto intimidar a los autores del trabajo.

Calderón dejó, sin estridencias, el cargo de editor general y durante siete meses se dedicó, junto a Cristian Zurita, a escribir los detalles de la investigación y dar forma a un libro de 460 páginas titulado El Gran Hermano.

Nada de lo denunciado por Calderón, Zurita, María Elena Arellano y Mario Avilés, todos de un mismo equipo, ha sido desmentido contundentemente por los aludidos, lo que ratifica la calidad del trabajo y marca una guía para quienes van detrás.

Así la cátedra se beneficie con la ausencia de Calderón del “diarismo” (es capacitador), el ejercicio del periodismo como contrapoder se queda sin un aliado y estratega, ejercicio que, como nunca, soporta el más hostil de las embestidas desde las atalayas oficialistas.

Artículo publicado en EL UNIVERSO