jueves, noviembre 11, 2010

El pecado del periodista Guerrero


“Lo que pasa es que mi título dice: ‘comunicadora social’, y por eso puedo hacer periodismo y asesorar a cualquier personaje”.

Ese fue el argumento que la ex compañera de la Escuela de Periodismo daba como respuesta a la pregunta –en realidad una recriminación– ¿Si te crees periodista, cómo es que decides asesorar a un político?

La recriminación disfrazada de pregunta no logró su real objetivo: motivar una mínima reflexión sobre los antagonismos, las distancias, las diferencias, la incompatibilidad entre periodismo y relaciones públicas; entre periodismo y asesoría política. El escudo perfecto, la justificación, consistía en endosar los argumentos de este evidente conflicto de intereses, a los alcances del título universitario que ampulosamente rezaba: “comunicadora social”.

La ex compañera en mención activó la puerta giratoria irresponsablemente instalada en el umbral de los dos oficios: periodismo y relaciones públicas, y que constantemente es utilizada por los reporteros para pasar de un lado al otro de la práctica de una “comunicación social” interpretada, desde luego, con todos sus sesgos e intereses. La figura de la puerta giratoria corresponde, lo cito, al periodista colombiano José Hernández en su libro Periodismo: ¿oficio imposible?

Por ello resulta tolerable que aquel periodista que se codeó con el poder del asesorado, o que incluso terminó desplazando a su asesorado para asumir el cargo que lo vincularía directamente con el poder, regrese sin remordimientos a su anterior papel de periodista, de “comunicador social”, con la convicción de que su poca o mucha credibilidad permanecerá intacta hasta el final de los tiempos.

Y peor aún cuando muy poco se reflexiona en ciertas facultades de Comunicación Social sobre la incompatibilidad de estos dos oficios, y más bien las convierten en tareas compatibles y “forman” a los futuros profesionales con estas dos opciones desarrolladas en una misma malla curricular, con materias troncales, sin reparar en las diferencias abismales ocultas en las intencionalidades de cada una. La incompatibilidad radica, especialmente, en que una de las esencias del periodismo es mostrar la verdad, aquella verdad que las relaciones públicas –o las asesorías políticas– intentan ocultar.

Con estas premisas, entonces, me permito reparar en que el verdadero pecado del periodista Hólger Guerrero, quien ha declarado como testigo en el proceso que investiga la sublevación policial del 30 de septiembre anterior, es el hecho de pasear por aquella puerta giratoria y simultáneamente pretender ser periodista y asesor de un político del partido de gobierno. Esa es, en realidad, la versión deformada de un “comunicador social”.

Guerrero dice haber ejercido la comunicación social 26 años consecutivos. Pero no han sido suficientes como para tomar consciencia de que el mayor patrimonio de un periodista es su credibilidad. Y la puerta giratoria de las relaciones públicas y la asesoría política minan la credibilidad de quien todas las mañanas toma un micrófono y busca aproximarse a los hechos.

El pecado del periodista Guerrero debe servir como tema de debate al interior de las aulas universitarias y sus escuelas de periodismo, sobre la incompatibilidad de estos dos oficios.

Porque solo el fútbol o la política pueden aguantar los cambios de camiseta de la puerta giratoria. El periodismo, sencillamente, no.

Artículo publicado en EL UNIVERSO