lunes, agosto 05, 2013

¡Hasta siempre, mi señor Chucho!

No tengo la menor idea de quién es; bueno, tampoco así, ahora sé que jugaba fútbol, y creo que era bueno. Eso sí, no dude de mi certeza intacta de que por más que ejercite un texto como si le hablara, sé que no me escucha. Que le hablo a mi propio ego; o sea, para que el resto crea que me está escuchando “en el cielo”, donde dicen que “le han contratado”. (No piense que me estoy burlando; revise redes sociales y archivos de los diarios y sabrá que no invento)

Verá: odio el fútbol, y todo lo que como negocio representa. Lo tolero por cómo está enraizado en la gente. Y la faceta que me interesa es la periodística. Y su partida, señor Chucho, ha confirmado mis temores; los principales son que el periodismo deportivo padece de dos problemas: que no es periodismo, ni es deportivo.

¿Me explico? Digo, no es periodismo, porque el periodismo exige oficio. Y lo que se vio durante su muerte y su sepelio, fue una retahíla de lamentaciones personales, hipocritonas, oportunistas, absurdas.


Un periodismo-periodismo hubiese caminado por el sentido común. Imagínese, señor Chucho, que el presidente Correa, mis tataranietos, sus queridos padres, el papa Francisco, todos nos moriremos por un “paro cardio respiratorio”; es decir, se para el corazón y se deja de respirar. ¿Me explico? Nadie sigue vivo si se paran esos dos órganos. Lo que había que informar era la o las causas que provocaron eso que nos sobrevendrá a todos en algún momento.

Señor Chucho, ¿se imagina usted si es que con su caso se hacía un poco de oficio? Estaríamos agradecidos. Pero no. Lamento mucho que un reportero de un canal le haya entrevistado a su pequeño hijo; a mí se me hubiese partido el alma, anudado la garganta, roto el pecho: preguntarle qué piensa de la muerte de su padre! Antes, dejo la profesión.

O si es que me desvelaba por ser yo la noticia: “Yo. Yo que le conocí; a mí que me invitó a su boda; que no metía goles, pero no importa, yo que dije que sería crack…”  

Quizá usted no lo sepa, pero el señor Chiriboga salió a decir que usted estaba “condenado a morir”. Y el periodista que lo entrevistaba dijo sentirse muy tranquilo por eso. ¿Le ofende? A mí también; no solo que me ofende, me duele en el periodismo, me duele la falta de sentido común. ¿Que qué hubiera hecho yo? Solo informaba, no comentaba. Allá don Lucho. Fácil.

Y que tampoco es deportivo, este “periodismo”, porque lo único que se limita es a asumir el rol de hinchas y de los resultados exclusivamente en el fútbol.

Como antiperiodístico es también generalizar. Por eso debo aclarar no todo el periodismo deportivo es así. Que sí hay del bueno.
Pero ya es tarde señor Chucho. Estoy convencido de que el periodismo informa mejor desde el desapasionamiento. Que el apasionamiento lo toleramos en el juego, pero no en la tragedia. Ni en el absurdo de hablar de memoria, sin preparar, sin documentar, sin explicar, sin el rigor de la investigación. Informar desde el borde de cancha, un mal consejero.

Señor Chucho, le ofrezco en su memoria trabajar un poco más para que esto no siga sucediendo. No se repita. No más Chuchos. No más narraciones de la tragedia. No más absurdos ni exageraciones.
El periodismo nos lo agradecerá.
Hasta siempre, mi señor Chucho.

Entrevista:
Buitrón: El periodismo deportivo no está listo

Para el comunicador y escritor Rubén Darío Buitrón, el periodismo ecuatoriano no está listo para asumir reacciones en casos emergentes. En su crítica, dice que hubo falta de preparación, investigación y contextualización.

¿Rubén, en perspectiva cómo evalúas la cobertura de la muerte del jugador “Chucho” Benítez por parte de la prensa deportiva y de la prensa en general?
No es posible generalizar ni darte una respuesta global. No escuché, leí ni vi lo que hicieron todos los medios. Sin embargo, hice el seguimiento de los que podríamos llamar "grandes medios de comunicación" (GMC) del país y puedo decir, con certeza, que quedaron en evidencia los grandes vacíos y los grandes vicios del periodismo deportivo ecuatoriano, en particular, y del periodismo ecuatoriano, en general.
¿Cuáles son esos vacíos? La falta de información de contexto, la inexistencia o la debilidad de los departamentos de documentación y archivo, el facilismo, la incapacidad de respuesta inmediata pero profesional a un hecho inesperado y de grandes dimensiones y, por último, los malos hábitos de los periodistas, en especial de la radio y la televisión (precisando que la mayoría de los que están en TV provienen de la radio tradicional), que se reflejan, sobre todo, en el uso de muletillas, lugares comunes y fraseos repetitivos.

¿Lo que se muestra en las coberturas es la evidencia del nivel profesional de la prensa ecuatoriana en casos noticiosos emergentes?
Sin duda. Uno de los grandes problemas de la prensa ecuatoriana es la falta de profesionalismo al momento de abordar grandes hechos noticiosos. Esa falta de profesionalismo se observa en aquellos malos hábitos enunciados ya y en otros como apelar al sentimiento, a la cursilería, a la retórica barata, a la especulación, a la falta de planes de  contingencia para grandes coberturas y a la ausencia de una política editorial para este tipo de casos. Se trata de una prensa conformista y básica que no entiende que sin valor agregado, sin elementos diferenciadores, queda fuera del interés y preferencia del público, mucho más ahora que a la audiencia podría bastarle acceder a la información en las redes sociales para conocer lo que le interesa conocer.

¿Son éstos los espacios en los que se debería poner a prueba el oficio que debe tener desarrollado cada comunicador y cada medio?
Por supuesto. No solo el oficio, que de hecho nos obliga a tener a la mano absolutamente toda la información documental de los principales personajes, referentes y líderes de la sociedad (como, en este caso, los futbolistas de la selección), sino también la capacidad de previsión, de armar escenarios para grandes coberturas del futuro (aunque nunca llegaran a ocurrir), de diseñar estrategias de corto, mediano y largo alcance, de contar con la logística adecuada, de tener exactamente claras las obligaciones del periodista y de todos quienes integran y tienen responsabilidades en los equipos informativos. Eso es lo que se vio en el caso del "Chucho" Benítez, tanto así que, en especial la radio y la televisión nacionales apelaron a lo frívolo, a la información tipo farándula, a la espera de que las grandes cadenas internacionales les "den llenando" los vacíos y les "den curando" los vicios.

¿Cuál hubiese sido la reacción correcta?
La reacción correcta debe empezar por un análisis autocrítico de cada medio (como equipo) y de cada periodista sobre lo que sucedió en el caso "Chucho". Si se lograra que esto ocurriese este mismo lunes, por ejemplo, ya sería un paso importante. Pero la importancia de este paso sería inútil si no viene acompañado de decisiones para que no vuelvan a ocurrir los grandes errores que se cometieron.
Una vez que se tenga documentado el proceso, sus vacíos y sus vicios, el medio y sus periodistas deberían trazar las líneas maestras para moverse rápida pero profundamente en las grandes coberturas inesperadas.
Si se planteara, por ejemplo, un manual (no necesariamente extenso, sino preciso y puntual) que dijera "Qué hicimos mal en la cobertura del caso "Chucho" y qué haremos a partir de ahora en casos similares, el periodismo deportivo ecuatoriano y el periodismo en general habrán dado un paso de gigantes para elevar la calidad de los contenidos y satisfacer, con responsabilidad y excelencia, las demandas de las audiencias.

¿Cómo hacer, y en qué, pedagogía del caso “Chucho” Benítez?
Es una oportunidad de oro para que los GMC, los pequeños medios, los gremios de periodistas y las universidades promuevan mecanismos de reflexión y aprendizaje colectivo sobre la base de una rigurosa autocrítica, de mirarse en el espejo, de tener conciencia, lejos de amores propios y orgullos inútiles, de que no se hicieron bien las cosas. En el caso de la Universidad, es posible construir escenarios noticiosos futuros en los que los estudiantes de periodismo aprendan a amar estrategias, planes de contingencia y planes logísticos. La pedagogía clave es aprender (y documentar este aprendizaje) a reaccionar con inteligencia, contextualización, profundidad y valor agregado. Si se produjera otro hecho similar y el público, de nuevo, tendría que sufrir la carencia de información relevante y la avalancha de lugares comunes y retórica sentimentaloide y subjetiva, no habremos aprendido nada del caso "Chucho" y, quizás, hasta llegue a ser inútil proponer un ejercicio crítico que caiga en tierra infértil.

Enlaces relacionados:


El periodismo sí construye

La decisión fue acertada: aquella escuela de periodismo había decidido eliminar la cátedra “emprendimientos”. La intención era evitar que los nuevos profesionales de la comunicación sean tan “emprendedores” como los médicos que sí tenían esa formación en su malla curricular, y que vieron en el dolor del otro una oportunidad, materia prima con la que se puede lucrar bien, muy bien, exageradamente bien…

Y los hospitales privados tomaron un auge inusitado. Y los planes de servicios eran componentes necesarios en esa dinámica “emprendedora” de la salud que no previene, sino cura a largos plazos. Y la cesárea pasó de ser medida extrema a una prioridad. Y el “voucher”, la puerta de entrada.

Por eso creo que la comunicación no debe ser vista como un “emprendimiento”. Ni que un empresario exitoso de cualquier cosa pretenda enseñarnos periodismo “porque el periodismo critica y nosotros los empresarios construimos”.

Intentaré explicarlo: el oficio periodístico ha permitido vivir con dignidad a mucha gente. Lo ha permitido en la misma medida en que esos profesionales han invertido en dignidad, en ética, en rigor en el ejercicio de ese mismo oficio. En esta estirpe, más bien, ha sido visto como un conflicto ético el hecho de que la información se considere una mercancía: obtener la licencia para confundir comunicación con propaganda. Información con publicidad. La verdad transparente con ficción maquillada de verdad.

En la mediación entre “periodistas emprendedores” y sus clientes existe el riego de sacrificar el patrimonio de todos: la credibilidad. El periodista puede limitarse a ser un instrumento, a cambio recibe la compensación económica que, de ser abultada, en el balance de fin de año ubicará al “emprendimiento” como exitoso. Nada más.

¿Que el ejercicio periodístico debe ser bien remunerado? Sí, con reglas claras, y cuidando de que el “emprendimiento” no excluya los compromisos deontológicos, que sería el camino corto. Y de lo que se trata es que tengamos claro que esta dinámica de la comunicación colectiva y la actividad empresarial pasa por la concesión permanente que la sociedad hace a esas empresas para que la tengan informada; una concesión con rúbrica en el derecho consuetudinario, lo que exige un compromiso irrenunciable con la verdad, o con la aproximación a la verdad a través del ejercicio de la honestidad intelectual de los periodistas.

La actividad del periodista es una mediación que no puede ser valorada como un “emprendimiento”, porque “los hechos son sagrados” y no objetos de negociación comercial. Lo que le da licitud es una acumulación de credibilidad como su principal capital, y lo demás llega por añadidura; es la dinámica menos perjudicial en el actual sistema de mercado.

Regresar sobre estas reflexiones es imprescindible luego del fallido ejercicio académico de “montar un emprendimiento” y “venderlo” a un empresario que descalificó la propuesta y nos devolvió la tranquilidad: no somos buenos negociantes de la información.

Y una cosa más: que el periodismo sí construye. Ha construido durante mucho tiempo, y creado un patrimonio de credibilidad que aunque en algunos casos no ha amasado fortunas y en otras ha premiado con credibilidad, fundamenta en la actitud crítica un camino indispensable para su rol como mediador social.


Por eso, el periodismo, desde la crítica, sí construye.

Artículo publicado en EL UNIVERSO

sábado, agosto 03, 2013

Se me cae Watergate

Entonces ayer, como ahora, Watergate se presentaba como el ícono del periodismo de investigación, de la ética y la moral norteamericanas: el intento de instalar un sistema de escucha telefónica –léase espionaje– involucrando a republicanos en contra de demócratas, en medio de una campaña presidencial en la que Richard Nixon buscaba su reelección, fue descifrado luego como un escándalo al más alto nivel del gobierno de los Estados Unidos. Y nosotros, jóvenes estudiantes de periodismo, queríamos ser algún día como Carl Bernstein o Bob Woodward. Y “bajarnos” un presidente corrupto porque así creíamos que era el sistema.

El 17 de junio de 1972, hace 31 años y 24 días, la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata fue allanada por cinco hombres descubiertos por un conserje inoportuno –para ellos–. Se inició así una investigación periodística que terminaría, dos años más tarde, con la dimisión del trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos, el 8 de agosto de 1974. El caso tomó el nombre del complejo de oficinas donde estaba la sede demócrata: Watergate.

Nixon había instalado, además, un sistema de escucha en la oficina oval de la Casa Blanca. Y el proceso terminó tras revelar los entrelíneas de este escándalo que fijaba en el imaginario mundial una construcción favorable en torno a los principios y valores sobre lo que se consideraba como lo socialmente correcto. Al estilo norteamericano.

Entonces hoy, como ayer, tras conocer el programa de espionaje que los Estados Unidos han desarrollado en el planeta, las lecciones del caso Watergate –más en lo moral que lo periodístico– se desmoronan. Y lo “socialmente aceptado” se ha reducido a la sentencia que mi amigo Patricio lanzó en medio de una plática matizada con un café mañanero: “Watergate es nada frente a lo que ha evidenciado Edward Joseph Snowden”.

En palabras del propio Snowden, y lo replicado en medios internacionales: “El gobierno de los Estados Unidos de América ha montado el mayor sistema de vigilancia del mundo. Este sistema global afecta a toda vida humana vinculada a la tecnología; grabando, analizando y sometiendo a un juicio secreto a cada miembro del público internacional. Supone una grave violación de nuestros derechos humanos universales cuando un sistema político perpetúa el espionaje automático, generalizado y sin garantías contra personas inocentes”.

Patricio tiene razón, lo otro es nada frente a las dimensiones globales que alcanza esta red de espionaje ilegal e ilegítima, y que no se absuelve a sí misma por el hecho de que otros también lo hagan, o admitiendo que “Estados Unidos sí recoge información en el extranjero del mismo tipo recogido por todas las naciones”.

Las acusaciones sobre los motivos de este espionaje son graves, para husmear en temas energéticos y petroleros, militares y de seguridad, e incluso algunos “con fines desestabilizadores de gobiernos democráticos”.

Y como los contextos son diferentes, ahora no son cinco agentes los que fisgonean en una sede, hoy se denominan X-Keyscore, Prism, Boundless Informant, y quizá este mismo momento “miren” a través del monitor por el cual leemos o compartimos este artículo.

Concluyendo, ese Gran Hermano, ojo omnipresente que todo lo ve, sabe y juzga, habla en inglés. Y no tiene remordimientos.

Artículo publicado en EL UNIVERSO

viernes, agosto 02, 2013

Espacio publicitario

“Bueno, la Ley de Comunicación empieza a molestar con su: A continuación, espacio publicitario”.

El tuit no sorprendería si es que su autora fuera otra persona. Pero no, lo redactó Suany, estudiante de periodismo en la universidad pública. Digo, el tuit sorprende porque es una estudiante muy crítica, documentada, inteligente.

De lo que se trata, entonces, es de entender el sentido de la disposición: diferenciar los contenidos entre lo que es publicidad comercial e información pública. Incluso, la diferencia con las relaciones públicas y la propaganda. Y esto está en el ámbito de la comunicación social, y tiene que ver con la transparencia y responsabilidad con el público.

¿Han escuchado últimamente una transmisión deportiva, especialmente de fútbol? Se la puede interpretar en cifras: un periodista de radio –muy profesional, indiscutiblemente– contaba que su emisora acepta “solo 30 anunciantes para la transmisión en vivo de cada partido del campeonato nacional”.

A cada anuncio se lo conoce como mención: una modalidad en la que el propio periodista –estrategia de los marketineros para apropiarse de la credibilidad del comunicador en beneficio de sus productos– da lectura de las propiedades o presuntos beneficios de su cliente. Según la fuente, cada uno de los 30 clientes tendrá diez menciones a lo largo de los 90 minutos del partido; cada mención promedia 16 segundos.

En otras palabras, y con un breve cálculo matemático, concluimos que en un partido de 90 minutos, sin descuentos, los 80 minutos estarán dedicados a cumplir con las 10 menciones de 16 segundos de cada uno de los 30 anunciantes que “como máximo” se permite por partido la radioemisora en mención.

¿Cómo lo hacen? Camuflando publicidad con información: que el jugador tal metió gol porque limpia su coche en la lavadora cual. Que el arquero mengano tapa los disparos directos porque come en el restaurante de sutano. Y así, una serie de transgresiones que terminan confundiendo información con publicidad. Y engrosando los bolsillos de unos pocos.

Este problema no es exclusivo del ámbito deportivo. Ocurre también en la información común, cuando, por ejemplo, un comunicado de prensa (comunicado oficial con la intención de beneficiar a una institución o persona) se lo publica sin verificación o contrastación. Este puede tratarse incluso de un problema inconsciente, pero cuando es consciente, cuando intencionalmente se borran las distancias o se diluye aquel marco que encierran las publicidades comerciales en los diarios, entonces sacrificamos nuestra credibilidad.

Recuerdo a aquel exalcalde que se disgustaba por la negativa a su intento de contratar un publirreportaje, pero con la condición de que no salga como publirreportaje sino como información del periódico: que sea el medio de comunicación quien cuente las “importantes obras” de su gestión, aunque para que lo haga deba pagar a cuenta de que es su derecho contratar espacios en los impresos.

Por eso es necesario diferenciar los espacios publicitarios de los informativos: porque la información es un derecho público, y la publicidad tiene finalidad de lucro. Porque el derecho al acceso a la información, y la responsabilidad con la que los medios la ofrezcan, no puede aprovecharse con fines de lucro.


Porque, estimada Suany, aunque nos moleste el ruido, ya era hora de ponerle el cascabel al gato.

Artículo publicado en EL UNIVERSO