jueves, diciembre 17, 2009

En manos del Señor de Girón


Visto desde el primer asiento del bus de transporte urbano –cuando no voy en bicicleta uso los colectivos como aporte a la reducción de la emisión de carbono– el ingreso al barrio Totoracocha se percibe como un viaje en el tiempo, es decir, directo al pasado.

Es martes y el sector norte de Cuenca soporta los racionamientos justo el día en el que debían suspenderse. El colectivo entra en las sombras absolutas y la desorientación invade a los usuarios del bus: no hay referentes visuales sobre la parada en la que debemos bajarnos; tampoco sensación de seguridad en los tramos por los que vamos a pie hasta nuestros hogares.

Los gabinetes de belleza, restaurantes, tiendas de barrio, cines, capillas, centros de copiado, papelerías, talleres de suelda, locutorios, tiendas de ropa, abarrotes, distribuidoras de cemento, ferreterías, lavanderías automáticas (que desplazaron a las lavanderas del río), picanterías, cafeterías, estudios de fotos, pollerías… estaban cerradas o alumbradas por tímidos pabilos de vela. Involucionamos, pienso para mis adentros.

Miércoles. Nuevamente sin internet por los racionamientos. Asisto a una reunión de trabajo y me entero de que finalmente la involución es ya una realidad: un grupo de fieles católicos ha cargado en andas una imagen religiosa y se ha tomado las calles de la Atenas del Ecuador, de la culta, docta y progresista ciudad de los cuatro ríos –de piedras–, y con cánticos, responsos, loas, invocaciones, oraciones y conjuros pide al “Todopoderoso” que finalmente abra las llaves, suelte las gotas de lluvias, corra las compuertas y salve al Ecuador, salve a la patria, salve al ministro Albornoz –que es cuencano, además–.

Pero ¿por qué al Señor de Girón?

Porque equivale a la Virgen de Agua Santa en materia de erupciones volcánicas.

La imagen del Señor de Girón corresponde a un Jesús crucificado y es venerada en la iglesia matriz del cantón Girón, 37 kilómetros al sur de Cuenca. No está claro su verdadero origen, pues hay quienes sostienen que vino desde España y otros dicen que apareció en una de las orillas de la laguna Buza. Lo que sí es seguro es que no hay sequía que se resista ante su poder, especialmente cuando lo sacan en andas.

Por ello se ha ganado el sobrenombre de Señor de las Aguas, confirmando que en la época del oscurantismo, es decir de la falta de energía eléctrica, aclaro, lo paseaban por el entonces lejano y olvidado pueblo, para que convoque las aguas y salve los cultivos de las prolongadas sequías, comunes desde hace más de dos siglos.

Así que incrédulo como soy fui al centro de la ciudad y constaté –más incrédulo aún– que sí, que era cierto, el mismísimo Señor de Girón había llegado a Cuenca a pasear su poder en medio de cánticos.

“Señor, oh Dios mío;
piedad e indulgencia,
piedad e inclemencia,

piedad y perdón”, rogaba el grupo de fieles.

Y por lo menos hasta la tarde ni una gota, así que intuyo que el coro le servirá a cierto ministro para que ensaye su defensa si quiere mantenerse en el cargo.

En lo que a mí me toca, hoy retorno al programa Jueves en Bicicleta, que impulsa un puñado de aficionados al pedal, mientras el ministro y el Señor de Girón hacen lo suyo.

Artículo publicado en EL UNIVERSO
Foto de EL TIEMPO

jueves, diciembre 10, 2009

Los enemigos de la prensa


Aprovechando una soleada mañana a inicios de esta semana, recorro las calles del centro histórico, donde aun se escuchan los ecos de la celebración por los diez años de la declaratoria de Cuenca como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Allí coincido con periodistas locales con quienes intento intercambiar algunas opiniones. “A usted no lo saludo, ha sido enemigo de la prensa”, me dice la corresponsal de un diario nacional ante mi intención de saludarla. Desconcertado, solo atino a sonreír y retirarme.

Ya dentro de mi auto sintonizo una radioemisora. El locutor anuncia que “en apego al derecho de réplica vigente en la actual Constitución”, leerá un comunicado en el que un rector de colegio y un grupo de padres de familia dan su versión sobre delicadas acusaciones difundidas, en la misma emisora, una semana antes.

Entonces recuerdo el caso: hace ocho días la presentadora de noticias leyó un comunicado en el que se acusaba al rector de cobros indebidos, pese que rige una prohibición de pedir aportes a los padres de familia. La extensa nota ponía en duda el destino del dinero cobrado.

Solamente una semana después, y un poco por coincidencia, escuché la versión del acusado. En esta segunda carta pública, firmada por el rector y los directivos de los padres de familia, se exponían sus argumentos: la decisión de entregar el dinero la tomaron los propios padres de familia; hay un informe sobre el destino de los fondos que suplieron el pago de profesores especiales, etc.

No me corresponde juzgar la decisión de solicitar la colaboración de los padres de familia. Lo que sí juzgo es la ligereza con la que se trató la denuncia al presentarla solamente desde una de las partes. Y luego pretender lavar su error con el argumento de que “en apego al derecho de réplica vigente en la actual Constitución”, una semana después, se lea la aclaración. Todo estudiante de primer año de periodismo sabe que en una denuncia hay dos partes: acusador y acusado, y que ambas deben tener cabida en un mismo espacio para que los mismos lectores, radioescuchas o televidentes lean, escuchen o miren la tesis y la antítesis, y sean ellos los que saquen su síntesis. En un mismo espacio, no con una semana de diferencia. Basta que una sola persona no se haya enterado de la segunda parte del caso, para que en su imaginario quede, para siempre, la idea de que en ese colegio alguien roba algo a los padres de familia.

Y este es solamente un ejemplo.

Entiendo que para la corresponsal en mención, me volví un enemigo de la prensa por haber expuesto mi posición favorable a la regulación del oficio del periodismo. Y lo ratifico: esta actividad, extremadamente delicada, debe estar regulada. No controlada, y por el Gobierno menos.

No creo en la autorregulación, sí en la responsabilidad ulterior. A pesar de ser profesor universitario, no reivindico la colegiatura o la obligatoriedad del título de periodista; el título solo es el primer paso de una formación profunda y permanente.

Y si eso me vuelve un enemigo de la prensa, pues me declaro enemigo del periodismo mediocre.

Artículo publicado en EL UNIVERSO.

martes, diciembre 08, 2009

La vida de Vicente Tello es la fotografía


Por Giana Morocho

Las películas en blanco y negro que llegaron al estudio Ortiz, en la década de los 40, pasaron por las manos de Vicente Tello, cuando aún era un niño; o mejor como él dice -cuando era un muchachito-.

En esa época incursionó en la fotografía como ayudante de cámara de don Alejandro Ortiz.

Las películas de las que reveló decenas de imágenes en un cuarto oscuro, años más tarde se convirtieron en las compañeras de su oficio; un oficio del que hoy, más que en ningún otro momento, revela como a una fotografía sus 65 años de trayectoria artística.

Fotoperiodismo

Después de trabajar 24 años en el estudio Ortiz; Vicente Tello, saltó al fotoperiodismo.

“Trabajé primero como camarógrafo de canal 3, Telesistema. Fui operador en los controles de radio Tomebamba; luego llegué a Diario El Mercurio. De ahí pasé a diario EL TIEMPO con don Humberto Toral. Colaboré con El Comercio, El Universo y con una infinidad de revistas, que no, no las recuerdo ahora”, resume Tello, sus experiencias como reportero gráfico.

La experiencia en el fotoperiodismo lo hizo adquirir, “llamémosle roce social”, dice -entre risas- don Vicente, pero también lo hizo adquirir valores como la sinceridad y la honradez, que no solo las aplicó él, sino que las inculcó a sus seis hijos.

La fotografía de Tello es de denuncia social. En ella perennizó la vida del padre italiano Carlos Crespi, quien trajo el cine a Cuenca y solo permitió ser fotografiado por Vicente Tello, su amigo cercano.

Sus fotografías están dedicadas a los niños, a la tercera edad, “a mis colegas”, a la mujer de la ciudad y del campo. He dedicado mis fotos al alcoholismo, desde las plantaciones de caña de azúcar hasta los cadáveres alcoholizados.

Transición

Todo el bagaje fotográfico que conserva Vicente Tello en 60.000 negativos tiene una historia. Hace tres años incursionó en la fotografía digital. Su hijo Ricardo Tello, ex colaborador de este Diario, cuenta que su padre tomó un curso rápido, un fin de semana, con Francisco Ipanaque, jefe de fotografía de Diario Expreso.

Don Vichi, como lo llaman sus amigos, explica que para captar sus fotos necesita paciencia y gusto. Dice que de artista no tiene nada, sino solo la experiencia.

Anécdotas

En todos los años que a colaborado en la prensa ha tenido tentaciones, pero su trabajo le ha permitido mantener la honradez.

Tello recuerda que hizo un trabajo para una institución pública. Cuando se acercó a retirar la planilla de pago, el encargado le dijo que “siempre hacía gastitos”.

“Esperaba en la oficina y me dijo - Vichi permíteme aumentar un cerito en tu planilla-; eso era una ofensa para mi. No acepté, y respondió - ahora verás cuando te sale el cheque-. Salió en tres meses y sigo aquí, siendo el mismo, de la misma situación económica: humilde”.

Entre otras de sus memorias Don Vichi recuerda que tras el incendio de la escuela Cornelio Merchán, en María Auxiliadora, junto a su amigo Humberto Aguirre, organizó un encuentro deportivo para recaudar fondos.

“Era la presentación del siglo con números acrobáticos en las paredes incineradas. El padre Crespi me dijo Tello haz aquí no más, en una mesa de 1.50 metros de altura, me rogó y le contesté -padre vamos a presentar números acrobáticos”, relata Tello, en otrora gimnasta.

Con esta y un mil anécdotas, “yo digo que el periodismo no es para hacer dinero, sino para hacer grandes obras. A esta edad, estoy sonreído y tengo la frente en alto”, afirma Vicente Tello, de 78 años de edad.

Artículo publicado en EL TIEMPO

viernes, diciembre 04, 2009

Responsabilidades de informar y opinar


En el vértigo de la sala de redacción, siempre había tiempo para el humor y la crítica como pedagogía con los nuevos reporteros. Más de uno pensaba que estudiar cuatro años en la universidad le daba licencia para cambiar el mundo. O ser el guía de la sociedad.

Con esa intención confundían opinión con información. Se olvidaban del trabajo del reportero, del taller de carpintería donde se armaban las noticias con todos los prismas de una realidad fraccionada por las percepciones individuales de fuentes, actores y testigos.

El periódico local donde dirigíamos la redacción destinó la cuarta página del cuerpo B para el editorial y los articulistas. Por ello, cuando llegaba una “noticia” –así, entre comillas– que más parecía un artículo de opinión, le gritábamos al joven reportero: “pásala a la B4”. Era un mensaje directo, matizado con estridentes carcajadas, para obligarlo a eliminar adjetivos, tachar encabezados concluyentes y borrar cierres sentenciosos.

He reflexionado sobre este tema a propósito del perfil que han tomado, en ciertos canales, medios escritos y radios, las “noticias” –así, entre comillas– políticas, económicas y las que se vinculan con la seguridad o inseguridad ciudadana.

“Noticias” que se han tomado licencias exclusivas del periodismo de opinión, como el uso de adjetivos, encabezados concluyentes o cierres sentenciosos.

Amablemente convocado a cuidar mis principios, regresé al Consultorio Ético de Javier Darío Restrepo, en el portal web de la Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez, en busca de certezas para mis dudas. Y encontré recetas contra los fantasmas de la regulación, que las comparto.

“Las leyes reguladoras de los medios de comunicación per se no se convierten en obstáculos para el ejercicio independiente de la profesión. Es importante considerar:

“1. Es deber de los gobiernos defender los derechos de la ciudadanía que pueden ser afectados por los medios de comunicación. Por ejemplo, el medio que convierte la noticia en mercancía y cuya prioridad predominante es el negocio, o la defensa del interés particular. En tal caso se viola el derecho ciudadano a la información.

“2. La libertad de prensa no es un derecho absoluto y debe estar al servicio de una información libre. Sus límites deben ser observados y hechos respetar por quien tiene constitucionalmente la función de defender el interés y los derechos del público.

“3. A los periodistas nadie nos da la libertad porque esta es una creación de cada persona. No son de temer tanto los gobiernos abusivos, como los periodistas incapaces de emprender cada día las tareas de consolidación de su independencia.

“4. Es una actividad necesaria la defensa de las libertades de expresión y de información, pero la invocación de estas libertades puede convertirse en excusa para ignorar o justificar los abusos desde la prensa”.

Y sobre el periodismo de opinión: “Quien opina es alguien que busca la verdad de lo sucedido, de una idea, de un personaje, de una postura política o religiosa. Lejos de cualquier posición dogmática, la opinión deja abierta la posibilidad de un diálogo con otras opiniones y corrientes del pensamiento. La columna editorial, en consecuencia, además de tolerante, hace parte de un proceso de búsqueda común de la verdad”.

Artículo publicado en EL UNIVERSO

jueves, diciembre 03, 2009

La defensora del lector y los intocables



Por Fernando Checa Montúfar
Director general de CIESPAL


Como reacción a la crítica académica y ciudadana a los medios ha ido surgiendo cada vez con más fuerza la idea de que la actividad periodística es intocable y de que aquel que ose criticarlos está automáticamente alineado con el gobierno. Un buen ejemplo de esto es el contenido de la columna dominical, del 29 de noviembre de 2009, de Ana Karina López, Defensora del Lector del Diario Hoy.

Allí comenta las cartas enviadas por Arsenio Proaño, Sara Santacruz y Nancy Obando, quienes cuestionan, como lo hicimos nosotros en un artículo, la exageración del titular y del enfoque de la nota con la que ese diario dio cuenta de la manifestación organizada por Carlos Vera, en Quito, el 26 de noviembre, en la que se calificó de “multitudinaria”, cuando según otras versiones la asistencia fue de algunos centenares.

Para López, la opinión de estos lectores no se debe a una lectura crítica de la información del diario sino que es el resultado de “la propaganda de Carondelet” con la cual “el poder ha logrado que algunos ciudadanos comulguen con su línea en detrimento de sus propios derechos (¡!). Verdadera obra prestidigitadora” (los signos de admiración son nuestros).

¿Realizar una lectura crítica es ir en contra de los propios derechos? ¿Señalar los errores periodísticos es atentar contra la libertad de expresión y por tanto contra un derecho fundamental también ciudadano? Más allá de la arrogancia que implica suponer que criticar a los medios es atentar contra los derechos ciudadanos, hay un punto preocupante en la columna de López que incumple una de las funciones básicas de la Defensoría del Lector: no analiza ni confronta la crítica de los lectores con la versión del periodista responsable de la nota para sacar conclusiones, como le corresponde hacer, sino que se dedica a deslegitimizar la opinión de aquellos argumentado subjetivamente que es el resultado del “martilleo devaluador de Rafael Correa contra los medios”; es decir, para la Defensora, la calentura está en las sábanas, el problema no es de una versión del diario cuestionada por los lectores, sino que estos, por efecto de ventriloquía más que de prestidigitación, dicen lo que Correa quiere.

Cabe recordar a López lo que hace unos 15 años escribiera el actual Subdirector de Opinión, Diego Araujo (véase Chasqui # 54, junio de 1996, p. 60), con respecto al rol del Ombudsman, cuando ocupó este cargo en el Hoy: “escuchar y examinar las quejas de los lectores, juzgar la rectitud y buen sentido de la información, fotos y gráficos del periódico (…) abogar por sus derechos a recibir una información veraz, imparcial y transparente” ¿Tuvo la información criticada esas características? Este debió haber sido el enfoque del análisis de la Defensora y no la deslegitimación prestidigitadora de los lectores.

Lea el artículo completo

La foto fue tomada de hoy.com.ec

miércoles, diciembre 02, 2009

Sí, a las calles


Por: Rubén Darío Buitrón
¿Los periodistas debemos salir a las calles para defender nuestro trabajo? Sí, definitivamente sí.

Pero, ¿salir a las calles para qué? ¿Para gritar contra el Gobierno? ¿Para rechazar el nefasto proyecto dedicado contra los medios privados y mal llamado “proyecto de Ley de Comunicación”?

Salir a protestar es un derecho de todos los ciudadanos que sienten amenazadas sus libertades. Y las calles son el espacio más idóneo para expresarse cuando el poder político cierra los espacios de debate y deliberación.

Pero, ¿a los periodistas nos compete desfilar levantando carteles antipoder o gritando consignas? No lo creo.

A los periodistas nos compete hacer periodismo, no militancia partidista. Es la mejor manera de preservar nuestra autoridad crítica.

Porque el periodismo sería mejor si saliéramos a las calles a rehacer nuestras rutinas, a penetrar en lo más hondo del tejido social y a contar la vida desde ahí.

Estaría en mejor nivel si muchos reporteros no pasaran buena parte de su tiempo encerrados en el teléfono en busca de analistas, expertos y todólogos para que llenen de opiniones las noticias.

Estaría en un mejor nivel si muchos reporteros de la prensa gobiernista no pasaran buena parte de su tiempo recorriendo los pasillos de la burocracia en busca de frases prefijadas sin contrastar fuentes ni ejercer la duda.

Otro sería el nivel si muchos reporteros de la prensa “privada” dejaran de buscar intérpretes de la verdad y contaran los hechos directamente con el pulso que solo puede expresar la cotidianidad social.

Si hiciéramos un trabajo más riguroso, profundo, contextual, preciso y apegado a los hechos quizás pudiéramos recuperar los espacios de credibilidad que han sido demolidos por la campaña semanal del presidente Correa contra los medios y los periodistas que no se subordinan a él.

Sí, hay que salir a las calles.

Pero salir para mezclarse entre la gente, vivir lo que vive la gente de la calle, oler, gustar, tocar, mirar, escuchar la vida de la calle y de la gente.

Salir para desubicarnos, asombrarnos y perder las certidumbres, para no sujetarnos a un libreto monótono y circular, para encontrar nuevas fuentes, para saber en qué anda la gente, de qué está hablando, qué le interesa conocer, aprender, decir, compartir.

Hay que salir a las calles porque nuestro deber es acompañar a la sociedad en sus procesos, sin que deba importarnos si esos procesos van contra nuestra manera de entender la realidad.

Desde el periodismo podríamos empezar nuestra propia revolución mediática, una revolución que implica cuestionarnos más, autocriticarnos más, ser más tolerantes y humildes, dejar arrogancias y soberbias, leer mejor el país.

En las calles está la vida. Caminarlas y sentirlas es, para un periodista, la mejor manera de estar cerca de la gente y lejos, muy lejos del poder. De cualquier poder.

Artículo publicado en EL COMERCIO