En un sector de la avenida 12 de Abril, que corre paralela
al río Tomebamba, existe un semáforo que en las noches funciona como medidor de
la paciencia, la infinita paciencia, del conductor cuencano.
Es un semáforo peatonal que permite el acceso de cientos de
miles de estudiantes universitarios, pero queda activo durante toda la noche:
allí no hay una intersección vehicular, y en la noche y madrugada no hay
alumnos. Y a veces, en las desoladas y heladas madrugadas morlacas, he visto a
más de un conductor esperando la luz verde para cruzar. Es una soledad de
vértigo, desolación total, y sin embargo, unos cuantos conductores esperando
que el aparato dé tráfico a nadie. Así, pacientemente, muchos esperan que la
luz verde les conceda el permiso de circular. Es el perfecto “paciencímetro” de
la actitud religiosamente pasiva que muchas veces tenemos.
Pero no es el único medidor: los trabajos que han minado
decenas de vías en la ciudad es otra muestra. La reconstrucción de la avenida
Ordóñez Lasso y la construcción del tranvía son perfectos indicadores.
En el primer caso, la obra debía dignificar el ingreso oeste
a la ciudad. Consiste en la ampliación de la vía con trabajos que se iniciaron
en abril del 2015 y debían terminar un año después con la inversión de 20
millones de dólares. Pero lo que se ve hoy por hoy es la muerte paciente y
lenta de decenas de negocios familiares; la parsimoniosa agonía de los llamados
“frentistas” resignados a seguir batiendo lodo o tragando polvo, mientras a los
responsables les toque la conciencia –o les despierte el miedo de una reacción
ciudadana– y se pongan en serio a trabajar en esta obra.

El cuento del Tranvía es otro indicador: pulverizaron las
vías más importantes del Centro Histórico, pero la obra no progresa. Allí los
negocios también mueren, los hoteles dejan de recibir a los turistas, porque
los turistas no tienen la paciencia cuencana y prefieren hospedarse en cantones
o cambiar de destino. Son turistas. Pero el mismo “quemeimportismo” es evidente
y nos resignamos ante declaraciones públicas huecas que ofrecen “hacer todos
los esfuerzos” o “nos mantendremos vigilantes” y “en los próximos días lo
haremos”.
La obra les ha desbordado. Se les ha ido de las manos y
tomará mucho tiempo recuperarnos del caos total que se ha generado, mientras
esos brillantes vagones permanecen inmóviles en un –también– destartalado patio
de maniobras que para estar a tono con el resto de la obra permanece a medio
hacer.
Ni la intervención de la Defensoría del Pueblo ha
sensibilizado a los responsables de poner en marcha el Tranvía Cuatro Ríos. Y
el tema pasa a fiscalización porque, según el Gobierno, se han entregado los
recursos.
Quizá los pasivos cuencanos debemos aceptar que de vez en
cuando no estará mal violar la luz roja del semáforo peatonal en las madrugadas
desoladas o plantarse frente a los despachos de los involucrados en las tareas
que matan negocios y familias para decirles: ¡Basta! ¡Carajo ya basta! ¡Estamos
muriendo! (O)
Artículo publicado en EL UNIVERSO
Foto: La Hora