miércoles, mayo 24, 2006

Periodistas de uniforme


A la redacción del diario llegó una inusual invitación: El tercer distrito de policía del Azuay invitaba a los periodistas del área judicial a inscribirse en un curso de "periodismo policial" con el objetivo aparente, o al menos así lo decía la invitación, de formar "reporteros de crónica roja".
Se trata de varias semanas de "instrucción" sobre lo que los periodistas deben saber sobre la cobertura de crónica roja. Luego de leer la invitación, y pensando en los nuevos comunicadores que se forman en las universidades, decidí contar mi experiencia.

Enero de 1995. Eran tiempos del conflicto en el Alto Cenepa. Los ejércitos de Ecuador y Perú se enfrentaban por una franja de terreno - seguramente también para justificar inversiones en los presupuestos de seguridad o modificar situaciones geopolíticas por intereses internos - por lo que el director de diario EL TIEMPO decidió enviarme al frente para la cobertura. Fue una de mis primeras asignaciones en mi recién inaugurado cargo de redactor.
Tomé una cámara de fotos, rollos de película, agenda de notas ¡y el uniforme que me habían dado oficiales del Ejército en un curso de reporteros de guerra cursado seis meses atrás!
En la garita del comando de selva 21 Cóndor, parroquia Patuca, decenas de periodistas del país e internacionles se agolpaban en busca de noticias oficiales. Hasta allá llegué con unos cómodos zapatos de media montaña, un pantalón militar camuflage y la camiseta del curso de reporteros de guerra. Entonces un greñudo y rubio periodista brasileño de la red O´Gobo que vestía una camiseta y bermudas café y sandalias de cuero, se me acercó y me lanzó una pregunta que me sumió en un insodable pozo de incertidumbres: ¿eres periodista...o soldado?
Terminé dando mi versión de cómo el Ejército ecuatoriano, medio año antes de que el conflicto se haga público, ya había preparado a un puñado de periodistas, a los que vistió de soldados, los humilló llevándolos a pasar pistas de resistencia al mando de sargentos y soldados al grito de "ahora sí te quiero ver licenciadito...", y los obligó a jugar a la guerrita dándoles armas para que disparen fusiles en polígonos de tiro...No faltaron recomendaciones de lo que se debía y no informar, y el tono en el que habia que hacerlo...al estilo de los periodistas hinchas en un partido de equipo local. (Uno de los instructores de tiro llego a ser gobernador del Azuay con Lucio Gutiérrez, o sea que ¿acaso tocaba cuadrarse antes de una entrevista con esa autoridad?)

Junto a la pista de aterrizaje de esa base militar, luego de la entrevista, sin pudor, me desnudé y me cambié el uniforme por la parada de civil que mi esposa había metido en la mochila que cargaba. Sí, a ese periodista brasileño y su entrevista le debo el hecho de haber abierto los ojos a una realidad que hasta ese momento, como periodista recién incorporado a un medio, había ignorado y por la cual hoy me siento obsesionado: la independencia de la fuente. Con ese cambio de ropa, también cambié mi conciencia.

Ahora llega la invitación para los reporteros policiales. Testimonios de "poliperiodistas" confirmaron que como parte de la graduación se les entrega credenciales para que puedan estar, con preferencia, en la escena del crimen.

¿Y usted qué piensa?

domingo, mayo 14, 2006

ENTREVISTA: Guido Moreno, la sensibilidad al micrófono



Guido Moreno, un comunicador riobambeño de las Escuelas Radiofónicas Populares del Ecuador, ganó en el 2005 el primer premio en el concurso de periodismo convocado por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano de Gabriel García Márquez y CEMEX, en la modalidad de radio.
Participó con el tema ‘Muerte en la basura’, una historia sobre cuatro niños indígenas de la parroquia Licto, que perecieron aplastados con desechos mientras dormían en un contenedor.
El trabajo de Moreno estuvo junto a otros 418 de Latinoamérica y fue escogido como ganador porque, según el jurado compuesto por María Elvira Samper (Colombia), Álex Grijelmo (España) y Héctor Feliciano (Puerto Rico), es un cuento bien hilvanado y narrado, cuya mayor virtud es que construye la historia a partir de las voces de los afectados.
Guido cuenta algunos detalles de su experiencia:

¿Cómo te enteraste de la historia?
Apenas llegué a la radio, cerca de las ocho de la mañana, una compañera de labores me dijo que había gente esperándome. Antes de preguntar qué pasó, ya estuve en la calle embarcándome junto a tres indígenas de la comunidad Santa Rosa de Tseseñag con rumbo al cementerio de Riobamba.
Los indígenas fueron a la radio para avisar a los familiares sobre la desgracia. Eran de la misma comunidad y conocían a los niños.
En el taxi me contaron brevemente sobre la muerte de los cuatro niños, después de haber sido echados del albergue de la Casa Indígena, a las once de la noche.

¿Cuál fue la planificación o el hilo conductor que decidiste seguir?
Fui por una noticia, o por lo menos esa era la idea cuando me envió la directora de la radio. Al llegar al cementerio encontré a las madres y mujeres de la comunidad llorando afuera del anfiteatro, algunos periodistas entrevistando a la gente, micrófonos que trataban de captar el llanto y cámaras de televisión que hacían primeros planos de los rostros de amargura.
En ese momento consideré que ese hecho era algo más que una noticia y que necesitaba ser descrito de mejor manera de lo que se estaba haciendo.
Una tragedia generalmente es abordada como un tema de crónica roja, pero al observar lo que pasaba en el entorno, consideré que era necesario ver este hecho desde el lado humano.
Creía que había que tratar el tema adecuadamente y no convertirlo en un hecho de primera plana o nota de apertura de un noticiero.

¿Sentiste que te fue difícil entrevistar al sobreviviente?
El momento más difícil de todos fue entrar al anfiteatro para observar a los niños fallecidos. Sabía que debía hacerlo, para tener una visión completa de lo que sucedió, pero no me decidía porque consideraba que esos rostros no los iba a olvidar por el resto de mi vida. Y así fue.
Estuve como 20 minutos meditando afuera con tristeza y le pregunté a un colega si ya había ingresado y me contestó: "nooo…ya cogí todos los datos, para que voy a entrar". Esa respuesta me convenció de que mi trabajo no estaría completo si no me atrevía a ver a los niños.
Ingresé solo y estuve unos minutos solo en el interior, sin tomar ningún apunte. No era necesario para recordar esa escena. Tres minutos después ingresaron algunas cámaras y periodistas que comenzaron a disparar el flash sobre los cuerpos. Salí de inmediato y me propuse contar una historia con dignidad para esos niños. Una dignidad que les arrebataron cuando estaban vivos y cuando estaban muertos.
El sobreviviente fue el último en ser entrevistado y si fue muy difícil. No sólo por el impacto emocional después de recorrer toda la ciudad y reconstruir la tragedia, sino también porque lo encontré junto a varios adultos en el lugar mismo de la tragedia.
Yo había regresado para observar nuevamente el lugar y él para indicar a sus familiares donde estuvo la noche anterior. Hablé con la madre y accedió a que fuera entrevistado.
Conversé un momento antes de comenzar a grabar y luego me contó lo sucedido. El niño no hablaba muy bien castellano y me parecía que le era difícil expresarse en ese idioma.
Aunque no se kichwa, lo entiendo un poco. Le pregunté si quería hablar en su idioma. Consideraba que luego alguien me lo podría traducir para entender mejor lo que me diría. Antes de que me conteste, un adulto lo tomó por el brazo y se lo llevó. El hombre giro su cabeza y me preguntó: ¿y cuánto vas a pagar? Le dije que nada… Se marchó un tanto molesto y el niño desconcertado.

¿Qué buscabas? Culpables, información, desnudar una realidad, poner en evidencia una crisis de esa región del país en función de la noticia de los niños?

Algunos de mis colegas preguntaban insistentemente quién es el culpable. Yo consideraba que el papel fundamental de mi trabajo era contar qué paso y por qué pasó.
Al final creo que salió bien la descripción de cómo sucedió la tragedia; pero todos se preguntan, cuando escuchan el reportaje, si hay responsabilidad compartida de la sociedad por esa forma de tratar a los niños trabajadores.
No hacía mucha falta desnudar la realidad luego de entrevistar a los implicados y todos declararse sin responsabilidad en el hecho; además, de presentar algunas estadísticas y las condiciones en la que viven los niños en las calles.
Creo que todos somos responsables de esa tragedia, en su mayoría lo somos por omisión. Los periodistas por contar esas historias sólo cuando sucede una desgracia, por no recordar a la sociedad que el trabajo infantil está prohibido, por no revelar que existen empresas que fomentan el trabajo infantil o por el simple hecho de hacernos lustrar los zapatos por esos niños que deben estudiar y jugar en lugar de cumplir otras labores.

¿Qué le falta a los noticieros radiales a la hora de diseñar sus agendas?
Acercarse más a la gente, recoger sus opiniones, presentar otros puntos de vista de los tradicionales.
No solo en las radios, sino en todos los medios de comunicación la coyuntura marca el ritmo y nosotros intentamos seguir el compás de la actualidad. Generalmente la búsqueda incesante de la primicia y la noticia no nos permite detenernos a observar a nuestro alrededor, donde se tejen historias que podrían estar presentes en los medios.

¿El oficialismo se ha tomado todo el espectro de la comunicación?
Así es y es un problema serio. Muchas veces los periodistas consideran que sólo una autoridad puede hablar sobre un determinado tema. Nos hace falta esforzarnos más por encontrar otras fuentes alternativas y no solamente las tradicionales.
En realidad por esa forma de hacer comunicación la gente también cree que lo único válido es la palabra de las autoridades. Creamos verdaderos personajes que luego se convierten en funcionarios públicos de elección popular permanente.
Incluso al intentar cambiar las fuentes muchas personas creen que no son aptas para ser entrevistadas, porque sólo el oficialismo está presente en los medios de comunicación.

¿Voces…más voces…esa es la oportunidad de la radio?
Precisamente, ese es el mayor valor de la radio. En ella hablan los niños, los ancianos, los jóvenes y el micrófono esta listo para quien lo solicite. Olvidar esa función sería desperdiciar el medio.
Mientras más voces existan, la sociedad se siente más identificada con una radio. Se reconoce en el medio, sabe que sus opiniones son tomadas en cuenta y que puede acudir fácilmente para buscar ayuda y decir su palabra.

¿De qué debe alimentarse el periodista de radio?
De las calles. Respirar, ver y escuchar a la calle. Solo el contacto directo con la realidad te permite describir adecuadamente lo que sucede y ponerlo al aire en el medio de comunicación.
Quien piensa que puede hacer radio solamente desde una cabina esta equivocado. Si no existe contacto con lo que sucede afuera no puede entender completamente la dinámica de la sociedad.
Otro punto importante es leer. Leer absolutamente todo lo que llegue a tus manos. Leer debe ser un ejercicio constante que te permitirá enriquecer tus conocimientos y te facilitará el trabajo.

¿Luego del premio de la FNPI, cómo ha evolucionado tu trabajo?
El compromiso es el mismo, solamente que ahora mucha gente presta mayor atención a lo que hago.
Otros periodistas también se interesan en como mejorar sus trabajos para radio y me solicitan ayuda o algún consejo.
Mi trabajo sigue siendo el mismo, pero cada día hay que empeñarse en ser un mejor observador, en escuchar más allá de las declaraciones, en investigar sobre lo que se va a escribir y presentar en la radio.
Con vocación, pasión y ética, se puede honrar a este oficio y la sociedad llega a reconocer ese esfuerzo diario y riguroso, que es la esencia de un periodismo responsable.

sábado, mayo 06, 2006

Carlos Pérez Perasso, más que el nombre de un puente en la memoria…

Recuerdo la primera vez que lo enfrenté. Tan sencillo. Tan amigable.
“Mi querido amigo, primero déjeme conocerle”, me dijo cuando juntos revisamos el proyecto de crear una oficina para la corresponsalía de EL UNIVERSO en Cuenca.
En menos de dos meses me conoció y sin demora equipó una oficina completa.
Una mañana, cuando trabajaba en aquella oficina de la Casa Azul, en el Centro Histórico de Cuenca, recibí una llamada suya: “Querido Ricardo, quiero invitarte a que almorcemos juntos en el Diario”, dijo. Al día siguiente, en el comedor de los directivos, me di cuenta que había más invitados especiales. Entre ellos el presidente de la República, Gustavo Noboa Bejarano. Así trataba don Carlos a sus empleados. Poniéndolos a su altura. Tratándolos como seres humanos, y él era un gran ser humano.

Recuerdo la última vez que lo vi. Era una tibia tarde en Guayaquil, dentro de la redacción del Diario. Trabajaba como editor y él había regresado de un largo tratamiento médico en Miami. Una nube de empleados lo rodeaba; querían saludarlo, estrechar su mano. Curioso, en mi puesto, sentía tanto respeto por aquel hombre, que me conformaba con mirarlo de lejos. Entonces varios de los empleados que lo rodeaban apuntaron sus dedos índices hacia donde estaba. Don Carlos había preguntado por mí, quería agradecer por haber dejado Cuenca e integrar su equipo de trabajo. “Es un gusto tenerte acá, desde hace mucho lo deseábamos y me han confirmado que no nos equivocamos”, dijo.
Nunca olvidaré esas palabras.
Don Carlos será para varios de los que lo conocimos, mucho más que el nombre del nuevo puente de la unidad nacional.

Discurso del ex presidente Gustavo Noboa el día de la inauguración del puente Carlos Pérez Perasso
“Carlos Pérez Perasso, un hombre de periodismo y además un caballero, un hombre de una visión y algo que lo sabemos los amigos: de una sencillez impresionante. Ustedes lo veían vestido con unos trajes tipo uniformes que se ponía, sencillo, nadie podía pensar que atrás de esa sencillez de vestir había un hombre que había creado con la herencia cultural de su familia y de su padre, un verdadero imperio periodístico en el mejor de los términos. Un hombre que jamás levantó la voz; hablaba suavemente y lo hacía así en momentos de cumplir 80 años el Diario. Este hombre es el que nos da el nombre a este puente sobre el río Daule, que ha sido querido por nosotros.
Este hombre es el que le da el nombre y lo hago con gran satisfacción de guayaquileño y estoy seguro de que toda mi ciudad está de acuerdo con ello. Aquí están presentes su esposa, su familia, y están presentes sus hijos y sus hijas. Falta Carlos, que no ha podido estar aquí. A ellos, el que el padre dé nombre a esta obra maravillosa, lo único que hago es comprometerlos.
Comprometerlos a seguir trabajando, a seguir luchando como grupo familiar para mantener siempre en alto el nombre de EL UNIVERSO, porque hablar de Guayaquil es hablar de EL UNIVERSO y hablar de EL UNIVERSO es hablar de Guayaquil.
Así que mis queridos amigos Pérez, jóvenes todos hombres y mujeres, les dejamos una antorcha para que sigan iluminando a toda la colectividad ecuatoriana, que la verdad ilumine siempre a EL UNIVERSO y que ustedes sean consecuentes como lo son, con esa historia de una familia que ha hecho del periodismo no solo una vocación, sino una forma de orientar a todo el conglomerado de la ciudad de Guayaquil y el Ecuador”.