lunes, febrero 13, 2012

La honestidad intelectual del periodista


Ese innegable juego de poderes –político y fáctico– en el que se han trabado Gobierno y medios de comunicación, cada uno con sus caballos de batalla, peones y capitanes, deja claras evidencias sobre la necesidad de retomar una discusión actualizada sobre ciertos conceptos como objetividad, imparcialidad, veracidad…

Nunca antes me había sentido más intranquilo, ante el planteamiento de una entrevista de un ¿medio de comunicación?: El Ciudadano. Ocurrió durante un evento oficial por el Día del Periodista Ecuatoriano en el que se develaba el retrato de Luis Chusig en el Salón de Próceres de la Gobernación del Azuay. El diálogo se inició con una broma: “¿Eres de El Ciudadano? Perdón no doy declaraciones a medios oficiales”. Una estrategia de protección: la idea era no negarle a esa periodista la entrevista planteada, pero sí alejar las tensiones que se han desatado entre comunicadores “de medios privados y de medios oficiales”. Y aunque El Ciudadano sea un órgano más de propaganda que de información, se suma a una lista de otros medios que tienen una línea similar. Y es oportuna la reflexión.

Los asuntos de objetividad y veracidad son dos temas superados en el ejercicio pragmático de la comunicación social, el que se desarrolla en los medios masivos. La objetividad no existe, punto. Y esa falta de objetividad no depende exclusivamente de la inclinación partidista del patrón, sino de la formación integral, política, humana que tenga el actor de la comunicación llamado periodista. Así que mi temor no iba por el asunto de la “objetividad” que pueda tener una periodista de El Ciudadano. Ni tampoco de la veracidad –un criterio casi inexistente por subjetivo, esa doble subjetividad interpretativa que plantea Francesco Fattorello sobre la percepción en los hechos: “la interpretación completamente subjetiva del promotor y la interpretación no menos subjetiva del receptor”–. Además, no existen verdades absolutas, sino la construcción –aproximación– permanente hacia pequeñas verdades.

Mi temor radicaba en la práctica estricta de la honestidad intelectual del periodista.

Todo lo que dije al desarrollar un tema puntilloso: ‘Ley de Comunicación y relación medios-Gobierno’, iba a –o debería– pasar por un proceso de intervención intelectual de la periodista. A esta operación se la llama “manipulación semántica de los hechos”. Una operación que está determinada por el operador semántico. Cito: “es preciso que el periodista, en cuanto operador semántico, sienta la necesidad moral de realizar el trabajo de acuerdo con unos requisitos de honestidad intelectual fuera de toda razonable sospecha” (José Luis Martínez Albertos).

El resultado de la “operación semántica” no fue del todo satisfactorio. Hubo edición, que evidentemente buscó una direccionalidad. Cortes en párrafos que buscaban poner el balance: “sí, como prensa hemos cometidos errores, pero también aciertos históricos”. Las cuatro últimas palabras no salieron en la versión televisada. Solo un ejemplo.

¿Acaso no te lo esperabas? ¡Eso pasa por hablar con El Ciudadano!

Pero, es que la honestidad intelectual del periodista, esa que debe ser superada y entendida como la verdadera y tan proclamada “objetividad”, merece una oportunidad incluso en los medios públicos, que en este proceso de maduración, aún no dejan de ser oficiales y propagandísticos.

¿Además, la demanda de una real honestidad intelectual debe ser solamente para los medios oficiales?