Anita tenía trece años cuando dio con mi familia. Vivía en una parroquia cercana y llegó solicitando trabajo. En casa necesitábamos esa ayuda así que la contratamos: el pago sería quincenal y le daríamos afiliación al seguro social; el trabajo sería entre las 08:00 hasta las 17:00; sábados hasta el mediodía.
Tres meses después confirmamos lo que ya habíamos sospechado. Anita nos estaba robando sistemáticamente. Pero antes de correrla o denunciarla, analizamos qué estaba sucediendo. Lo que sistemáticamente desaparecía era arroz, azúcar, unas fundas de leche…es decir ella y su familia tenían hambre, por eso robaba comida…así que decidimos hacernos de la vista gorda, no presentar reclamo alguno y buscamos acercarnos más a la familia: una madre alcohólica y un hermano detenido varias veces.
Anita tartamudeaba, y por eso la maestra de una de mis hijas propuso que la despidamos, pues María Elisa empezó a tartamudear. A Anita la dejamos de ver luego que financiamos un tratamiento dental para ponerle una prótesis…Además la pusimos en manos de una especialista del Sistema Red de Prevención del Maltrato a Niños y Niñas, SIREPAN, que le ayudó con sus maltratos y baja autoestima.
La lección que nos dejó el paso de Anita por la vida de nuestra familia es que hay gente dispuesta a hacer lo que sea por el hambre de los suyos…incluso robar…y aunque nada justifique el hecho de delinquir, debemos tener presente los motivos y las consecuencias de estos hechos si se hacen públicos…
La reflexión la hago a propósito de una información publicada en el diario en el cual soy editor…el 27 de abril se expuso una información sobre la detención de una persona, luego que fuera denunciada por otra que se decía víctima de robo por parte del acusado. La Policía, implacable y diligente, organizó una rueda de prensa en la que mostró al sospechoso con las pruebas del delito: una carabina que se utiliza para cacería y un par de zapatos. Eso era todo.
La nota se publicó en contraportada, con fotografía a color y con los nombres completos del sujeto.
¿Y la presunción de inocencia?
¿Y el derecho a la honra ajena y la protección de los nombres de los acusados?
Esas fueron un par de preguntas lanzadas por correo electrónico por un colega que vio la nota en la edición electrónica…y entonces claro, caímos nuevamente en el error que se desliza por una de las principales causas: el exceso de confianza…
Y nuevamente fuimos víctimas de la implacable Policía y su departamento de relaciones públicas…
2 comentarios:
Hola Ricardo. Muy cierto lo que dices, pero el departamento de relaciones públicas hace un trabajo y nosotros hacemos el nuestro. ¿Víctimas del departamento de relaciones públicas de la Policía? No lo creo. Se me ocurre pensar que si dejo el carro abierto y con las llaves, seguro que seré víctima de un robo.
Un abrazo a la distancia
Bueno Ricardo, valoro la valentía de reconocer el error.
Creo que muchas veces caemos en las trampas de las relaciones públicas, pero creo que ya no estamos para esas, sobretodo en algo tan evidente.
En este caso considero que fue una falta de criterio, antes de publicar la nota, lo que determinó el error.
Alguna vez Javier Darío Restrepo recordó que los delincuentes también tienen familia y tienen hijos.
La familia y los hijos no deben pagar por los errores ajenos. que pasará con los hijos de un hombre que sale en el periódico como un delincuente. En todo caso Restrepo recomienda que se debe pensar en minimizar los daños, para quienes no tienen nada que ver en los actos de sus familiares.
saludos
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