lunes, junio 01, 2009

EL LIBRO DE ARTURO TORRES *


Aquella mañana del uno de marzo de 2008, cuando habíamos revisado todo lo que hasta ese momento ofrecía la CNN y el cable de noticias sobre la muerte de Luis Edgar Devia , tratando de tamizar contenidos ideológicos típicos de esos medios que –por ejemplo- llamaban operación Libertad a la invasión norteamericana a Irak, nos instalamos en la mesa de Redacción de El Tiempo en un descosido debate sobre las implicaciones internacionales que tendría el hecho de haber disparado –como se decía entonces- desde el lado colombiano hacia el lado ecuatoriano, y la situación en la que quedaba el mando de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Se trataba de lo que el Ejército Colombiano llamaba el golpe más fuerte que hasta ese momento habían dado a la estructura del grupo irregular y del cual el propio presidente Rafael Correa debió referirse en su habitual cadena de radio y televisión.

El debate, con Felipe Hernández –un periodista colombovenezolano simpatizante de la revolución guevarista-, fue mucho más allá del mediodía, tratando de darle profundidad mientras nos actualizábamos con las reacciones que constantemente subían de tono. Y luego continuó en la tarde, en casa de uno de los dueños del diario, que nos invitó a almorzar para seguir argumentando sobre lo que se vendría luego en el escenario internacional y el manejo informativo que debían dar los medios.

Y al día siguiente –luego de solazarnos con el acierto de haber sido el único diario de la región, y de algunos nacionales, que abrió la portada con el tema de la muerte de Raúl Reyes- retomamos el análisis del caso Angostura, y decidimos que para el día siguiente debíamos ampliar a dos páginas la cobertura del hecho, “aterrizando” –como decimos en el argot periodístico al hecho de obtener reacciones locales sobre un hecho externo-, con posiciones de juristas locales, especialmente sobre lo que significaba en el contexto del derecho internacional lo que ya Rafal Correa calificaba como agresión a nuestro territorio y por ello rompía relaciones diplomáticas con Colombia.

Y así, durante muchos días más, la discusión del tema se prolongó en nuestra sala de Redacción. Y mientras nos consumíamos en los cada vez más generosos debates, únicamente en torno de lo que traía el cable internacional –esas son, entre otras, las limitaciones de los diarios pequeños- , por su lado Arturo Torres, en su propio espacio, se planteaba una hipótesis: “el bombardeo que terminó con la vida de Raúl Reyes fue el resultado de un proceso minucioso y persistente de inteligencia y espionaje” (pp18.)

Y mientras otros nos convertíamos en espectadores del hecho, Arturo diseñaba un plan de trabajo que incluiría la lectura de diez libros y más de 2.000 documentos, entrevistas a 70 fuentes en ciudades de tres países diferentes –Ecuador, Colombia y Venezuela- y luego abría un paréntesis en su prolífica carrera de periodista investigador y guía de sus compañeros en la sección Judiciales de diario El Comercio -donde entre otros galardones ha logrado el primer premio por la mejor investigación latinoamericana de un caso de corrupción otorgado por el Instituto de Prensa y Sociedad y Transparencia Internacional en Bueno Aires, Argentina- para dedicarse por completo a una indagación de largo aliento, cuyos resultados los podemos constatar en el libro que se presenta esta noche: El juego del Camaleón, los secretos de Angostura.

Ésta es una obra periodística que se la puede mirar desde varios cristales:

-Desde lo coyuntural.
La oportunidad con la que se pone en circulación, al poco más del primer año del ataque de Angostura, cuando mucha tinta ha corrido con la limitación de análisis que obliga el vértigo del trabajo del día a día en los medios.

Por ello, El juego del Camaleón los secretos de Angostura, es un complemento indispensable para quien quiera comprender las consecuencias y forma en la que los tentáculos del grupo irregular más antiguo del planeta se han internado y afincado en territorio ecuatoriano.

Cito:
“El campamento estaba a 22 kilómetros de la frontera, en una zona habitada por indígenas e influido por la actividad petrolera, cerca de una mina de material de construcción, administrada por el municipio local.
Reyes estuvo a punto de encontrarse cara a cara con militares ecuatorianos que patrullaban la zona. Por un capricho del destino, fue justamente un año antes de su muerte en el bombardeo de angostura”. (pp.25 sobre la constante presencia de guerrilleros en la zona ecuatoriana).
Ó esta otra cita: “Cuando se encontraba (Raúl Reyes) con unos amigos en una cebichería, en el sector del estadio Olímpico Atahualpa, supo que se ejecutaba un operativo para cercarlo. En cuestión de minutos abandonó el local, tomó rápidamente un vehículo que lo esperaba sobre la avenida Seis de Diciembre con el motor encendido y se perdió, sin dejar rastro, entre las estrechas avenidas hacia el norte, dejando a sus perseguidores burlados bajo la lluvia”.
(pp36 sobre su incursión en ciudades como la Capital, los gustos gastronómicos que le permitían esa libertad de movimiento y sus huidas al estilo Hollywood).

Ó este último ejemplo:
“Mientras trabajaba en la campaña presidencial, aglutinando todo tipo de apoyos, Gutiérrez se reunió con Rodrigo Granda, el canciller de las FARC, en una cafetería del centro de Quito. Estaba acompañado por su hermano Gilmar y por Patricio Acosta, uno de los fundadores de su partido, Sociedad Patriótica.” (pp. 40 sobre los contactos del dictócrata con representantes guerrilleros).

-Desde el aporte al periodismo de investigación.
Rigurosidad y disciplina. Son los dos factores que una escuela como la de El Comercio desarrolla entre sus reporteros, y cuya bien aprendida lección nos lo demuestra Arturo en este, su primer libro. Con la experticia de un “periodista sabueso” –que con cuyas investigaciones ha acorralado a jueces corruptos, obligándolos incluso a algunos a refugiarse fuera del país- Arturo recorre por los laberintos que plantea el complejo tema de descifrar las relaciones de las FARC con sus representantes, proveedores, promotores y contactos de otra laya, en países como Ecuador y Venezuela.

Arturo se guía, además, en una línea de seguimiento iniciada muchos años antes de los acontecimientos de Angostura: en agosto del año 2000 tuvo el primer encuentro con quienes serían, ocho años después, algunos de los personajes de su libro: la compañera Esperanza (Nubia Calderón), el comandante Pablo Paz, y el propio Raúl Reyes.

En el ámbito de la investigación, desde mucho antes de El juego del Camaleón, Arturo Torres y su equipo ya es citado en el contexto internacional. Ellos constan, junto a siete casos de igual número de países Latinoamericanos, en una recopilación hecha por el periodista colombiano Fernando Cárdenas y el chileno Jorge González, en su libro Los Watergates Latinos. El Watergate, como ustedes recordarán, es el famoso capítulo con el que se inaugura el periodismo de investigación en los Estados Unidos cuando dos periodistas del Washington Post investigaron un aparentemente inocente robo en el cuartel general del partido Demócrata y que terminó con la dimisión del presidente Richard Nixon, implicado en el montaje de una compleja red de espionaje.
En Los Watergates Latinos, que revive las crónicas y hazañas de investigadores de América Latina, Arturo es presentado como uno de los pocos periodistas de investigación con los que cuenta el Ecuador, con trabajos de largo aliento y resultados concretos, como los de haber seguido la pista a los narcofondos en la campaña presidencial de Lucio Gutiérrez, ó los aumentos del patrimonio de algunos jueces de la ex Corte Suprema de Justicia.

Permítanme hacer una cita de aquel libro, cuyas referencias de investigaciones de casos ecuatorianos comparten espacios con otras como la puesta en evidencia de la corrupción y violación a los derechos humanos por parte de Fujimori y Montesinos, en el Perú; los desfalcos al erario público por parte de Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez, presidentes de Costa Rica en diferentes periodos; o de Carlos Saúl Ménem, presidente de Argentina, sobre su venta ilícita de armas a Ecuador y Croacia.

Cito: “Una vez publicada la confesión parcial de Fernández (se refiere a César Fernández, empresario manabita que inculpó a Gutiérrez de haber recibido financiamiento del narcotráfico en la segunda vuelta de su campaña electoral) el editor judicial (se refiere a Arturo Torres) recibió varias llamadas telefónicas en las que amenazaron su vida y la de su hija. Un día que volvía de hacer reportería en el Congreso, Torres manejaba su automóvil y un señor le avisó que una de las llantas tambaleaba. Al bajarse se percató de que le habían sacado tres pernos y quedaba uno suelto”. (pp245)

Se trata de las hostilidades que provoca el periodismo de investigación.
Es evidente que en El juego del camaleón, los secretos de Angostura, Arturo Torres cumple disciplinadamente las técnicas y estrategias que José Rodríguez, periodista y catedrático universitario en esta especialidad en Barcelona, expone en su obra Periodismo de Investigación, texto que sirve de guía en muchas universidades ecuatorianas. Algunas de esas estrategias precisamente son la detección de los hechos investigables, la búsqueda de las fuentes, el análisis y valoración de hechos y fuentes, los informantes y confidentes, la confirmación de datos, la infiltración propia, las ayudas instrumentales y otras. Pero, a todas estas Arturo Torres agrega su “cosecha propia”: las licencias literarias.

-La lectura desde las licencias literarias:
¿Debe ser el periodismo de investigación como especialidad -porque todo lo que suene a periodismo debe tener implícita la investigación seria y comprometida- una enumeración de hechos fríos y distantes, con un lenguaje burocrático y la rigidez de las encuestas y estadísticas?

Definitivamente no. La literatura nos ofrece una serie de licencias, de figuras, que vuelven al relato más atractivo, más digerible, creando y recreando escenarios, personajes, situaciones. Eso sí, sin olvidar que la línea que separa al periodismo de la literatura es la verificación, que los hechos contados sean ciertos y no pertenezcan al campo de la ficción. Y este no es el caso.

Cito:
“La noche de Luna menguante se volvió un infierno. Lucía Morett despertó con el estruendo de las bombas y vio caer árboles a su lado, arrancados de raíz como si fueran simples arbustos. Un olor a carne chamuscada inundó el paraje selvático, cargado de humo y lenguas de fuego. La vegetación, que pocas horas antes ocultaba el campamento, fue destruida, reducida a troncos carbonizados con astillas humeantes.
La tierra temblaba por las bombas. El terror y la angustia quedaron impregnados como señales imborrables en los rostros de quienes murieron al instante del bombardeo. La onda expansiva dejó a los cadáveres con los ojos vaciados. Casi todos los cuerpos estaban desmembrados, esparcidos por el campamento. Solo quedaron diez completos.
Lucía estaba gravemente herida: 60 esquirlas de las bombas de racimo se incrustaron en su espalda, abdomen y hombro. En el glúteo derecho tenía una herida de diez centímetros de profundidad, causada por un trozo de metal.
Desfalleciente, se arrastró sobre su lado izquierdo e intentó protegerse bajo una mochila que había caído a su lado. Buscaba huir de la pesadilla.
Luego vino el silencio, un silencio de muerte, solamente interrumpido por el zumbido de las hélices de los Halcones Negros colombianos, que sobrevolaban la zona como aves rapaces”.
(pp143.) Y así el lector, que mientras consume los textos de su memoria sacará el olor a carne chamuscada y sentirá los estertores de la tierra al compás de bombas de racimo, quedará también escuchando el zumbido de las aspas de esos enormes helicópteros sobrevolando nuestro territorio, en la inmensidad de la noche selvática.

Y no con el afán de arruinarles la sorpresa, como el amigo o pariente que se adelanta al estreno de una película y luego la cuenta toda, permítanme relatarles otro descarnado ejemplo de las licencias literarias tomadas por Arturo, y que cada vez más se escuchan en las aulas universitarias como la fórmula para desterrar del buen periodismo a técnicas como la pirámide invertida y los relatos lineales. Es el testimonio del policía José Saavedra sobre una emboscada vivida en la frontera norte, y preparada por las FARC.

Cito:
“Una granada hizo explotar la lancha en la que íbamos; nadé y me sostuve en un tronco detrás del cual me cubría, pero recibíamos fuego por los dos lados; el compañero Zambrano trató de escapar saliendo del agua, pero fue acribillado a balazos; a mi teniente Arteaga le dispararon en la cabeza y murió de contado.
Según otros testigos, el subteniente Lasso enfurecido por la ejecución de sus compañeros sacó el lanzagranadas y empezó a descargarlo sin parar contra los irregulares. Indefenso, sin municiones, recibió un balazo en la frente y se hundió. Los guerrilleros se arrojaron al agua, tomaron su cuerpo y lo arrastraron hasta la orilla.
Desde el piso, inmóvil, Buenaño presenciaba la masacre de sus compañeros. Al cadáver del subteniente Lasso le quitaron la ropa y sus pertenencias, le pusieron una granada en el estómago y la hicieron estallar: querían amedrentar al resto de sobrevivientes”.
(pp183)

Y el lector sale del adormecimiento y la indiferencia que la constante exposición a la violencia recreada para los seudo héroes de la televisión, y constata que esto es real. Que pasa. Que nos pasa. Que lo viven los ecuatorianos de allá. Y de esta manera trata de provocar una reacción a toda esa impavidez y lejanía con la que vemos, a veces incrédulos, el conflicto en la frontera norte.

El juego del Camaleón, los secretos de Angostura, es un recorrido de 240 páginas por resúmenes, repasos, revelaciones, recreaciones sobre un tema que los medios de comunicación no han sido capaces de profundizar, por sus limitaciones de fondo y forma. Pero para eso están los libros. Y para eso están los periodistas investigadores. Y para eso está la estirpe de los que no se sienten conformes con hacer lo que la obligación laboral les pide, sino lo que la obligación moral les exige.

Me queda solamente agradecer a Arturo por regalarnos largos y sufridos meses de su vida para que por unas pocas horas tengamos todo el conflicto en una sola perspectiva y con una lectura constructiva, amena y diferente.
Gracias Arturo por trazarnos la senda de lo que debe ser el nuevo periodismo ecuatoriano: el periodismo de investigación, de largo aliento y excelente escritura.

* Presentación del libro durante el lanzamiento en Cuenca.

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