Suspender la sabatina. Eliminar a la responsable de todos
los males. Inmolarla y convertirla en la reivindicadora de todos los pecados.
Su ostracismo como la única sentencia que nos podrá sacar del estancamiento
económico y de la tragedia misma del terremoto. Reduccionismo en su máxima
expresión.
Sí, a eso se han reducido los males de la patria: ¡a la
sabatina!
Y las redes sociales lo repiten como responsos, mantras,
penitencias o evidencias de la profundidad del coyuntural debate
político-público: eliminar la sabatina.
Los analistas lo plantean como inaplazable decisión que
transparentará la política del gobierno de turno. La muerte de la sabatina como
el renovado “algodoncito santificado” que en su momento circulaba en los
templos del siglo XVIII para curar los males de la humanidad: guerras,
hambrunas, enfermedades, inequidades, discapacidades… ¿Es de verdad esa la
medida de la vara con la que debemos mirar los acontecimientos de las últimas
dos semanas en este atribulado pedazo del planeta llamado Ecuador?
El afán de posicionar discursos en el debate de lo público,
tanto desde el Gobierno cuanto desde la oposición, es el verdadero ruido en la
razón que ha movilizado a cientos, miles, cientos de miles de ecuatorianos que
autoconvocados en la solidaridad han dado muestras de lo que verdaderamente
somos: una patria solidaria que junta sus manos mientras en el espectro irreal
de las redes sociales y de los medios de comunicación –en los que están
obsesionados o hipnotizados al límite de la enajenación– los opinólogos,
sabelotodo y expertos consultores le buscan esa utópica quinta pata al gato,
con profundas conclusiones: ¡la sabatina!
Lo de las medidas económicas mejor ni abordarlas,
especialmente “entre los que tenemos” un patrimonio mayor al millón de dólares.
Me recuerda a un paradigmático capítulo de la política local cuencana de hace
poco menos de un año cuando cientos de “no borregos” salían de la mano de la
oligarquía más rancia a protestar por un proyecto de ley de herencias que jamás
les afectaría. En esas mismas semanas de protestas la administración municipal
elevó en un 100 por ciento el costo del agua potable y nadie se acordó de
cuestionar la medida. Y después de tanto desgañote callejero, seguimos con
nuestros patrimonios intactos y el “agua de la llave” al doble del costo.
Y así, mientras un verdadero país reconstruye, se
solidariza, extiende su mano, acepta, se conmueve, dona, renuncia, apoya y
vuelve a reír, los actores de los 140 caracteres siguen cacareando ¡la
sabatina!, ¡la sabatina!, ¡la sabatina!
Personalmente me siento enfrentado a una guerra ajena. Y por
esta ocasión no me importa si me confunden a mí particularmente. Pero creo que
más nos importa a muchos que esta suerte de guerra ajena no termine por colocaren medio a los compatriotas que luchan por cosas más importantes que el color
de un partido.
La guerra de Manabí y Esmeraldas es por comida, agua,
refugio, vestido, información. Su lucha es por futuro.
Y así, con la esperanza de dejar nuestra área de confort
reducida a un teléfono móvil, un monitor o 140 míseros caracteres, salgamos a
vivir y compartir de verdad con el verdadero terremoto y reconstrucción. Más
allá del terremoto partidizado, salgamos al país verdadero.
Amén. (O)
Artículo publicado en EL UNIVERSO
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